Muchas veces, los seres humanos callamos nuestros más profundos sentimientos y necesidades en pos de hacer lo que creemos que los demás esperan de nosotros. Nos preocupamos por complacer a los demás y hacer lo que la sociedad espera de nosotros, al punto en que nos olvidamos de nosotros mismos y de nuestras necesidades más profundas. En esas situaciones, nos llenamos de mucho estrés, de mucha ansiedad, de muchas emociones, y como una olla de presión el vapor se acumula hasta que… ¡PUM! Estalla.
¿Alguna vez has sentido que estallaste? ¿Qué ya no puedes más con tu ira, con tu tristeza, con tu dolor o tus inquietudes?
En ocasiones, cuando las palabras no dicen lo que realmente sientes, piensas o deseas, tu cuerpo se acumula de malestar. Y es que tu cuerpo te conoce mucho más de lo que puedes imaginar. Tu cuerpo sabe cuándo te sientes tenso, cuándo te sientes triste, cuándo te sientes preocupado o cuándo te sientes enojado. Tu cuerpo sabe cuándo necesitas un abrazo o cuándo necesitas detenerte y decir: ¡Basta! Tu cuerpo te conoce, y es momento de que te detengas a escucharlo.
¿Nunca has sentido que te estás enfermando mucho? ¿Que como que no terminas de salir de una gripe? ¿Que ese dolor de espalda no se quita? ¿O que esa molestia en tu estómago siempre reaparece y no sabes por qué?
Cuando suceden esas cosas es porque tu cuerpo está tratando de decirte algo que quizá no le has prestado suficiente atención. Tu cuerpo es como un niño pequeño; hasta que no escuches lo que tiene que expresar, seguirá y seguirá encaprichándose hasta que le prestes atención.
Escucha a tu cuerpo, háblale, aprende a conocerlo, aprende a entender lo que te dice. Tu cuerpo dice por ti lo que tus palabras no. Aprende a escucharlo, y quizá así aprendas a que otros te escuchen verdaderamente.